domingo, 4 de junio de 2017

2º CERTAMEN LITERARIO DEL COLEGIO ALTAMIRA

75 ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DE MIGUEL HERNÁNDEZ-CERTAMEN LITERARIO


ALUMNOS DEL COLEGIO ALTAMIRA PREMIADOS





SERGIO TOLEDANO
                                                                         1º ESO A
Una historia en el camino


He preguntado a mis padres si tienen en su vida algún acontecimiento que hayan empezado pero que por algún motivo no lo hayan podido terminar.

Según  me han dicho les ocurrió hace algunos años, cuando todavía no habíamos nacido mi hermana y yo. Fue un otoño que planearon
irse con sus amigos a las “Cinco lagunas de Gredos”.



Todo comenzó con normalidad prepararon la ruta para quedarse una noche allí, después de andar aproximadamente unas cinco horas por la Sierra de Gredos.

Comenzaron por la mañana, era un día soleado y las previsiones del tiempo eran buenas.
El camino era impresionante, se encontraron con cabras montesas, vacas, cervatillos… primero tenían una subida muy dura, era un camino de cabras y el sol pegaba con fuerza; cuando llegaron a la primera fuente había pasado sólo media hora, pero para ellos era como si hubieran pasado dos horas, descansaron y comenzaron otra vez su aventura.
Cuando habían pasado tres horas comenzó a nevar de repente, al principio era poco pero cada vez nevaba con más fuerza y la nieve comenzaba a taparlos el camino. A las cuatro horas llegaron a un refugio que estaba lleno de gente. (La nieve les había pillado por sorpresa), como les había ocurrido a ellos.
Entre todos cogieron todo lo que encontraban para poder calentarse al fuego y pasar la noche porque ya no se podía andar. Esa noche pasaron mucho frío y por la mañana cuando se levantaron e intentaron volver a casa sin haber conseguido su objetivo, fueron a abrir la puerta, y cuál fue su sorpresa, estaba cubierto de nieve y no podían salir. En estos años no había teléfono móvil, ni nada parecido. Tuvieron que esperar allí dos días hasta que un equipo de rescate apareció.
Cuando consiguieron salir de allí, no les quedaron ganas de llegar a las cinco lagunas, y todos pusieron rumbo a donde habían empezado su aventura. Eso sí, con un camino lleno de nieve, piedras, mucho frio y sin provisiones. Iban para dos días y llevaban tres días en la sierra.
Todos consiguieron llegar bien a donde habían dejado los coches, pero hasta el día de hoy no les han quedado ganas de volver a intentarlo.
Y dicen que si alguna vez lo hacen tomaran muchas más previsiones.




LILIAN MBENGANI LARANJEIRA

                                                                                                                                           3º ESO A


"Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas’’.



El poeta español Miguel Hernández demostró que estas palabras suyas no estaban vacías de significado.

Murió defendiendo España y renunciando a la libertad, ganándose  el apodo de ‘’poeta del pueblo‘’. Son muchos, muy intensos y, en su mayoría, muy negativos, los episodios que él tuvo que vivir. Junto con su talento nato, estas vivencias dieron lugar a poesías que convertirían a Hernández en uno de los mejores poetas de la Literatura Española. ‘’Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida. / Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte. / Con tres heridas yo: la de la vida, la de la muerte, la del amor. ‘’ Son unos versos muy populares de Miguel Hernández.
 Y es cierto que la vida, el amor y la muerte le hirieron bastante desde su infancia hasta sus últimas horas de vida. Pero cuanto mayor y más profunda es la herida, más reforzado sale uno después del dolor. Y eso es lo que a él le ocurrió desde muy joven, cuando su padre, Miguel Hernández Sánchez, quiso que el oficio de su hijo fuera el de cabrero – de ahí otro de sus apodos ‘’poeta cabrero‘’ –. Le impidió estudiar bachillerato para que se dedicara a las cabras.
El padre no veía con buenos ojos que su hijo fuera poeta y cuando se enteró de la muerte de Miguel, ésta fue su reacción: ‘’Él se lo ha buscado’’, dijo. Esta es sólo una de las circunstancias que Hernández tuvo que pasar. Alcanzar la fama, es algo que también fue difícil en su vida. Él tenía claro que era muy talentoso, y sus aspiraciones siempre fueron grandes, pero ser reconocido como poeta le llevó mucho tiempo. Su poesía adquirió fama rápidamente en Orihuela (Alicante), su pueblo natal, pero cuando viajó a Madrid para crecer a nivel nacional, no consiguió buenos resultados.
Su economía fue empeorando hasta el punto en que tuvo que volver a Orihuela para no seguir pasando hambre y frío. No fue hasta un segundo viaje a Madrid hasta que no alcanzó la fama. Sin embargo, como antes se explicaba, todas estas dificultades le hicieron más fuerte y mejor, y un ejemplo de ello es que volvió de su primer viaje a Madrid con muchos más conocimientos que se reflejaron en su poesía. La consciencia que Miguel tenía de su gran talento, le provocó otra desdicha.
En su primer encuentro con Federico García Lorca, tras los elogios de éste a su poesía, Hernández contesta: ‘’Claro, con que ya soy el primer poeta de España’’.
Aunque hubo un corto período de amistad entre Miguel y Federico,
lo cierto es que gracias a aquella frase, Miguel Hernández y Federico García Lorca nunca congeniaron, sí por parte de Miguel – cuya admiración siempre se mantuvo – pero no por la de Federico, que se sintió tan ofendido que comenzó a sentir verdadera aversión por Miguel. Además, Miguel perdió a varios seres queridos, como su amigo del alma, Ramón Sijé. La elegía a su amigo es una de las obras más conocidas de Miguel Hernández, por la forma en que es capaz de transmitir su dolor, su tristeza y las pocas ganas que le quedan de nada, ya que ni si quiera se pudo despedir de él.   
La elegía a Ramón Sijé es la última poesía incluida en el que es considerada su mejor composición, El rayo que no cesa. El  golpe más doloroso de su vida, sería la muerte de su primer hijo – que tuvo con Josefina Manresa, su mujer –por causa de una desnutrición. Sólo se vería consolado, meses después, con el nacimiento de su segundo hijo, Manuel – al que escribe varias de sus más conocidas obras, como las Nanas de la Cebolla. Un día, paseando, Miguel fue confundido con un malhechor por la Guardia Civil, que le detuvo y le interrogó antes de propinarle una paliza. Desde ese momento, Hernández se dió cuenta de que debía luchar contra las injusticias y habló con su amigo Rafael Alberti para afiliarse al partido comunista, y no sólo eso, sino que se alistó al ejército para poder animar a los soldados componiendo poesías que les transmitieran ánimo.
Cuando la Guerra Civil terminó, Miguel sabía que le perseguirían por haberse expresado abiertamente republicano y haber luchado en la guerra por sus derechos. Quiso huir a Portugal pero fue apresado por la policía de aquel país. Por suerte, aquella vez salió en libertad. Entonces fue a Orihuela a estar con Josefina y Manuel. Allí, en su pueblo natal, como le ocurriera años antes a García Lorca en Granada, fue delatado.
 Pasó por varias cárceles y recibió una condena de muerte de la que se salvó gracias a su jefe y amigo, José María de Cossío, que logró que la condena se redujera a treinta años de prisión. En este tiempo, le llegó la oferta de retractarse y apoyar el régimen franquista a cambio de su libertad. Miguel Hernández rechazó ‘’venderse‘’, como él mismo dijo ese día. Miguel enfermó de tifus, que derivó en una tuberculosis que en la allí no se podía tratar.
Dejar morir en vez de condenar a muerte, era algo común, y a Miguel Hernández le dejaron morir. Su última etapa fue muy triste, era incapaz de moverse y casi incapaz de hablar. Horas antes de su muerte, Josefina y su hermana Elvira acuden a estar con él, provocándole, sin quererlo, la última de sus heridas. Miguel, consciente de la cercanía de su fin, recrimina con mucho sufrimiento a Josefina que no le hubiese llevado a su hijo Manuel para despedirse de él. Horas más tarde, Miguel Hernández murió.
Se le recuerda como una persona que nació con ese ingenio que pocos tienen y creaba arte a partir de las peores cosas que puede sufrir un ser humano. Muy pocas personas son capaces de provocar las sensaciones que él generaba, de utilizar las palabras como él lo hacía y de llegar a sus lectores como él, pasando como el viento soplado a través de sus poros y conduciendo sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas.
 ― E. B. Crooks


                                                                                                             

ARIADNA BLANCO
                                                                                          3º ESO B  


UNA HISTORIA EN EL CAMINO



             Toda historia comienza en un lugar y tiempo determinados, pero esta no, esta es    especial, como su protagonista, Marta, una joven soñadora con ganas de vivir, con un pasado duro que cambió gracias a un baúl encontrado en el sótano de su casa...

           Era una tarde de domingo como otra cualquiera, días de manta, películas… pero para Marta, una chica impaciente y  nerviosa eran tardes aburridas. Su afán de descubrir nuevas cosas la llevaban a sacar su “Marta Aventurera”, siempre utilizaba su imaginación para adentrarse en mundos  inexistentes, pero ella soñaba con hacerlos realidad. 
      

     
    La pasión por la música y su creatividad la llevan a imaginar la clave de sol como una montaña rusa, la doble corchea como dos columpios y la negra como un tobogán, lo que no podía llegar a imaginar era el secreto que guardaba ese viejo y sucio baúl.

           Su cabeza daba vueltas y vueltas pensando cosas que hacer para matar ese aburrimiento que poco a poco la iba matando a ella, se paseaba por toda la casa mirando,  buscando, cotilleando… hasta que sus oscuros y grandes ojos miraron esas estrechas escaleras por las que su madre nunca la dejaba bajar, pero esta vez, no estaba para impedirla el paso. Marta, muy dispuesta a adentrarse en esas escaleras, dio el primer paso y comenzó a bajar esos escalones de madera, los años que tenían estaban reflejados en el sonido producido cada vez que la chica apoyaba sus pequeños pies en ellos,  cosa que la hizo ir con prudencia, algo poco común en ella, con miedo se acercaba a bajar el último peldaño…
                  Al final de las escaleras se encontraba una puerta, que, nada más verla, Marta pensó que estaría cerrada con llave, pero no, no fue así, la puerta no tenía ningún tipo  de seguro que impidiese abrirla, pero tantos años abriéndola y cerrándola dificultaron la entrada de Marta.
              Tras la puerta se encontraba un sótano lleno de oscuridad, polvo y frío, mucho frío, pero nada impedía seguir descubriendo lo que escondía,  encontró el  interruptor de la luz, pero este no funcionaba, ella se empezó a poner nerviosa, los nervios cada vez eran mayores, hasta que encontró una linterna y enseguida comprobó si funcionaba, y, esta vez, tuvo suerte, la linterna se encendió y pudo empezar a ver con más claridad lo que se encontraba  en esa sucia habitación.
             Despacito y de puntillas iba esquivando todo lo que se encontraba tirado por el suelo, alumbrando cada detalle se iluminó un baúl que dejó embobada a Marta, poco a poco se acercó a él, se agachó y lo observó, era curioso, todo estaba lleno de polvo, e incluso el baúl, pero aun así tenía algo especial, Marta no era capaz de apartar la mirada de él.
               Siempre había sido un chica muy lanzada y dispuesta a todo, pero abrir ese baúl  la hizo pensar y ni ella misma sabía el porqué. Llevaba una vida muy dura, su padre murió cuando ella tenía tan sólo cinco años y su madre apenas se podía ocupar de ella, en el colegio no la había ido muy bien  con sus  compañeros y  lo único que la sacaba  una sonrisa era lo que  ella soñaba tener gracias a su imaginación,  ella sabía que no tenía nada que perder si  abría ese baúl, por eso, decidió con delicadeza comenzar a abrirlo…
                 Del  baúl  salió  una gran luz que iluminó el sótano,  todo empezó a dar  vueltas  y vueltas, miles de papeles volaban alrededor de  Marta,  todo lo soñado se estaba  haciendo realidad, ella estaba subida en esa gran clave de Sol, era feliz,  y todo había sido fruto de su imaginación, los malos recuerdos iban desapareciendo de su memoria, y ahora, era  su momento…
                
             Los buenos momentos no tienen un final, siempre se podrá recurrir a ellos gracias a nuestra memoria, el álbum que mejor guarda los recuerdos. Marta vivió feliz porque nunca dejó de soñar, y este, era su sueño.


                                                                      

 CLARA QUEREDA
                                                                          
4º ESO B


UNA HISTORIA EN EL CAMINO


El 6 de mayo de 1936 fue un día radiante, los rayos del sol entraban por la ventana de mi pequeña habitación, iluminándola por completo. Como cada mañana, después de que dejara la escuela a los 14 años, me levanté temprano para ayudar a mi madre. Tenía una familia normal. Mi padre trabajaba de sol a sol para poder mantener a la familia, mientras que mi madre y yo cuidábamos de la casa. Tenía dos hermanos gemelos de 9 años. Normalmente, les preparaba el desayuno y mi madre les llevaba al colegio, pero ese día fue diferente. Fui yo la que tuvo que acompañar a mis hermanos, sin saber que desde ese día mi vida cambiaría por completo. En el camino a la escuela, me quedé observando a un chico. Nunca le había visto por el pueblo. El chico se dio cuenta y me sonrió. Ruborizada, agaché la cabeza y seguí hacia la escuela. En el trayecto de vuelta, pensaba en el misterioso chico cuando, a la vuelta de la esquina, me encontré con él.

- Hola -dijo con una sonrisa cautivadora-. Soy Andrés y acabo de mudarme a este pueblo. Tengo 17 años. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
- Julia -contesté tímidamente e intentando asimilar toda la información que me había dado-. Vivo aquí y tengo 16.
Escuché una voz cerca de nosotros. Su padre le reclamaba. Desde la puerta de lo que debía ser su nueva casa, un hombre muy parecido a Andrés, pero unos años más mayor, gritaba su nombre.
- Debo irme, pero nos volveremos a ver. Lo prometo -comentó Andrés a la vez que se marchaba casi corriendo.
Durante el resto del día no pude parar de pensar en él. Era bastante más guapo que el resto de los muchachos de los alrededores. Su rostro de pelo moreno, ojos verdes y una sonrisa perfecta aparecía en mi mente cada dos por tres, provocando mi desconcentración a la hora de realizar las tareas del hogar junto a mi madre. 


Nos vimos varias veces por el pueblo, pero sólo intercambiamos un par de palabras. Sin embargo, hubo suficientes cruces de miradas que me hicieron darme cuenta de mis verdaderos sentimientos. Desde el primer día que le ví, supe que algo en mi interior cambió. Comprendí que estaba empezando a enamorarme de aquel muchacho, pero en ningún momento debía contárselo a nadie, y mucho menos a él.

El tiempo pasó y llegó el verano. Estaba dando un paseo tranquilamente por los alrededores del pueblo, cuando Andrés apareció. Estuvimos conversando un buen rato hasta que me declaró su amor hacia mí. Desconcertada, expresé mis sentimientos y decidimos llevarlo todo en secreto.
 Caminábamos todos los atardeceres por las afueras. Estabamos dichosos por nuestro amor y nos sentíamos afortunados de estar el uno junto al otro. Nuestra pasión aumentaba día a día. Estabamos hechos el uno para el otro y creíamos que nuestra ventura duraría para siempre y nunca nos separaríamos. 
No obstante, un día quedamos como cada tarde. Andrés tenía un rostro de preocupación, que me fue fácil de percibir. Le pregunté porqué ese malestar y desasosiego. Estaba nervioso y no sabía cómo empezar a contármelo. Me estaba empezando asustar. 

- Julia, no sé cómo decirte esto -empezó a decir-. Es muy difícil.
- Me vas a dejar, ¿verdad? ¿Has conocido a otra chica? ¿Es del pueblo? -cuestioné en voz alta y con un tono de desesperación.
- No es nada de eso. No sé si te habrás enterado, pero la guerra ha comenzado -dijo con una voz de tristeza-. Mis padres están muy asustados y han decidido que debemos marcharnos del país e ir a Francia para empezar una nueva vida.

- ¿Qué? Eso es imposible -respondí sorprendida a la vez que entristecida-. Debe de haber otra solución. ¿Por qué no intentáis refugiaros en algún sitio mientras dure el conflicto ?
- Eso es demasiado arriesgado. Mi padre dice que lo mejor es marcharnos al exilio  -comentó, haciendo que mi dolor fuera cada vez más fuerte-. Créeme me duele más que a ti. He vivido tantas cosas en este pueblo en tan poco tiempo…
- ¿Y cuándo os marcháis?  -pregunté sin saber si quería oír la respuesta.
- En poco más de una semana -contestó con las lágrimas en los ojos.



No pude evitarlo y me derrumbé. Él intentó consolarme, pero estaba tan afligido y apenado como yo. Fue la semana más extraña a la par de dolorosa de mi vida. Todos los días quedábamos como si fuera el último. Era difícil de asimilar, pero debíamos de disfrutar al máximo nuestros últimos momentos juntos. Parecíamos más felices que nunca y mostrábamos un sentimiento de alegría a pesar de que era un suplicio tener que vernos sabiendo que en muy poco nuestras vidas cambiarían y, probablemente, nunca más volveríamos a estar el uno cerca del otro. Finalmente, el 9 de agosto de 1936 nuestras vidas se separaron. Aún recuerdo ese sentimiento de dolor que jamás volví a experimentar. Derramé miles de lágrimas en silencio durante las semanas posteriores. Me acuerdo que yo misma intentaba confortarme y aliviar mi desconsuelo pensando que algún día nuestros caminos llegarían a cruzarse, pero era insufrible. Desafortunadamente, nunca supe de él y nuestra historia se quedó en el camino, un camino que nadie recorrió.




CARLOS CASTAÑO

                                                          
1º BACHILLERATO  
               
MIGUEL HERNÁNDEZ


Dejaba atrás Orihuela, mi familia, mi hogar, mis amigos y toda la vida que había conocido hasta ahora, y en cambio, me sentía más optimista que nunca, algo nuevo e increíble me esperaba, lo que siempre había buscado, una vida en la literatura, una ciudad que me comprendiese, y una seguridad indudable de que alcanzaría el éxito. Madrid me esperaba, sabía que me vería forzado a realizar algún sacrificio, pero nada que no mereciese la pena a cambio del éxito. Llevaba la cartera llena y la cabeza despejada. Dentro de poco, la sociedad que dirigía el país conocería sobradamente el nombre de Miguel Hernández.


Acababa de salir de la ciudad, mi madre me cogía de la mano y mi padre llevaba en una mano a mi hermana pequeña y en la otra las cuerdas del burro sobre el que iba mi hermano. Yo tengo diez años y nos estamos yendo de Alepo donde está mi casa. Me daba pena irme porque tenía que dejar casi todas mis cosas en casa y no había podido decirle adiós a mis amigas que quedaban pero mi papa me ha dicho que vamos a un lugar mucho mejor en el que ya no habrá más sonidos de bombas y eso me gusta. Tengo muchas ganas de que lleguemos y ver como es Turquía.

Cuanto más necesitas de alguien, menos recibes de él. Solo he pedido que me apoyen y  respalden, y sin embargo me he encontrado con las espaldas de muchos. Tan complicado ven algunos ayudarme a entrar en su mundo, aunque seguramente sea el miedo a la competencia la explicación de sus actos. No obstante, no todos están perdidos, cierta parte de la sociedad intelectual de Madrid me ha aceptado y confiado en mí, asegurándome que prometo mucho más de lo que dicen los necios. Esto, como es de esperar, me levanta mucho el ánimo y la moral. Sigo trabajando, escribiendo.


El otro día un hombre nos pidió comida para su familia porque
decía que estaba enferma y mi padre no se la dió. El día siguiente comimos muy bien porque el burro había aparecido muerto por la mañana. Normalmente tengo mucha hambre pero no me dan más de comer. Los pies me duelen mucho cada día un poco más.


 Antes me dejaban montar encima del burro algunos ratos pero ahora no porque está muerto. He conocido a otras niñas mientras caminamos que van en la misma dirección que nosotros. A veces nos separamos porque van a por otros caminos pero después conozco a otras nuevas.


Me alisté en el bando correcto, sabiendo que defendía la justicia y la libertad. Mi papel actualmente era importante dentro de la escala militar, mi función: que ningún compañero se desviase del camino correcto. Viajamos a Jaén si saber que nos espera allí, sin saber cuantos morirán allí. Muchos han perdido la vida por nuestra causa, pero la lucha contra la opresión lo merece; que paradoja, quienes más dan por nuestro fin, serán quienes no podrán disfrutar de lo que conseguiremos.

Una valla. Mi abuelo tenía una valla en su vieja casa para que no se escapasen los perros. Yo los miraba mientras ellos ladraban e intentaban saltar para salir, después miraba a otro lugar porque no me importaban. El lugar que estaba después de la valla se parecía mucho al que estábamos pisando nosotros, no entiendo porque había tantas personas que querían pasar. Tuvimos que esperar una cola muy larga, había mucha gente y todavía más cuando pasamos.

Perdimos. Y lo peor de todo, perdí mi libertad. Un pequeño recipiente para demasiado contenido. La celda estaba abarrotada de gente, campesinos, mendigos, comerciantes, ladrones, ilustres y analfabetos; todos en el mismo lugar por una causa común. Haría cualquier cosa por escapar de allí, me rebajaría a cualquier nivel para ver a mi familia. Todo por nuestros ideales; muchos no volveríamos a elegir el mismo bando si se presentase la ocasión. Como añoro mi vida pasada.

Habíamos empezado a vivir en una pequeña casa que era igual que todas las demás. Un muro rodea todo y no me dejan salir. No me gusta este sitio, aunque mi mama dice que aquí estamos más a salvo. Hay muchos niños y niñas, pero no me tratan bien ni quieren ser amigos míos. No tengo nada que hacer salvo ir algunos ratos a la escuela con una profesora de otro país. Quiero volver a Alepo. Quiero volver a vivir como antes.

Paso los día echado en una camilla, con una tenue luz que apenas
se filtraba por las cortinas y respirando más polvo que aire. Nos habían hacinado a siete enfermos en una sala en la que apenas cabían dos. No hay espacio para pasar entre unas camas y otras y un médico nos revisa durante quince minutos al día sin prestarnos apenas atención. 

Mi mamá me llevó al hospital porque llevaba unos días en los que me sentía muy mal. Llevo unos días en una cama blanca en una habitación con dibujos. Un médico muy bueno viene a verme todos los días. Mi mama siempre está a mi lado.

Al final sucedió lo obvio. Mi tiempo se acabó. Me fui sin hacer mucho ruido.





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